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La segunda parte de la infancia que abarca de los 6 a los 12 años, así como la adolescencia de los 13 a los 18, son etapas que implican el crecimiento corporal y sus cimientos para la vida adulta. En éstas, el niño comienza a tomar conciencia de la importancia de ciertos alimentos, pero también se convence de lo que le gusta y lo que no, por eso los padres deben estar mucho más al pendiente de la adecuada alimentación de sus hijos.
Durante esta etapa, niños y niñas crecen entre 5 y 7 cm y aumentan entre 2,5 y 3,5 kg por año respectivamente; si suben menos de 2 kg o crecen menos de 4 cm por año, o bien, suben más de 5 kg por año, se debe revisar la alimentación del niño con la orientación de un pediatra e incrementar su actividad física.
En este periodo los infantes prácticamente ya comen de todo y determinan los sabores que aceptan y los que no, situación que mete en apuros a los padres, pues generalmente sus hijos prefieren por mucho los sabores dulces sobre otros, como el de las verduras; además, también éste es el momento de la creación de hábitos alimenticios, por ejemplo ingerir a horas determinadas las tres comidas básicas del día.
Esto que puede ser causa de conflicto, se torna una oportunidad para introducir a toda la familia en la dinámica alimenticia del menor, pues si se cría en un ambiente donde los padres y hermanos desayunan antes de salir de casa, comen verduras y frutas o prueban diferentes alimentos, será más fácil para el infante aprehender estas prácticas y llevarlas consigo en los años posteriores.
También en esta edad surgen los “premios y castigos”, es decir, premiar al niño con dulces por alguna labor o forzarlo a que coma todos los alimentos que él rechaza. En este sentido se sugiere evitar estas condicionantes porque acostumbran al niño a ciertos sabores y los vuelve caprichosos con los mismos.
El hecho de que en estos años inicie y establezca su vida escolar también marca pautas en su alimentación, por eso es indispensable que el niño salga desayunado a la escuela, ya que este alimento es el más importante de día, básico para que tenga energía en todas sus actividades. Tampoco se debe olvidar incluir un refrigerio saludable para el colegio, pero al mismo tiempo atractivo y así evitar la comida chatarra.
El juego, así como la exigencia mental que le requiere la escuela, hace básicos los elementos energéticos como los carbohidratos contenidos sobre todo en pan, pastas, arroz, cereales, legumbres y avena. Tampoco pueden faltar las proteínas ni los minerales como el hierro y el calcio contenidos en la carne roja y blanca, los pescados, el huevo y los derivados de la leche.
Las necesidades nutricionales de los adolescentes están marcadas por los procesos de maduración sexual, así como por el aumento de talla y peso. Estos procesos requieren una elevada cantidad de energía y nutrientes, por ello hay que tener en cuenta que en esta etapa el niño gana aproximadamente el 20% de la talla que va a tener como adulto y el 50% del peso.
En medio del trabajo en la escuela y otras actividades, los jóvenes con frecuencia están tan ocupados que no tienen el tiempo de comer alimentos balanceados que proporcionen las calorías y nutrientes que necesitan. Sin embargo, también es fácil comer demasiadas calorías, especialmente cuando se toman malas elecciones de alimentos, las cuales con el tiempo pueden conllevar a sobrepeso y obesidad.
En cuestiones nutrimentales son tres los minerales de vital importancia en la adolescencia: el calcio, el hierro y el zinc. El calcio por el crecimiento de la masa ósea; el hierro por el desarrollo de tejidos hemáticos (los glóbulos rojos) y del muscular; y el zinc por el desarrollo de la masa ósea y muscular, así como con el crecimiento del cabello y uñas.
En su alimentación diaria lo ideal es que el adolescente consuma al menos una porción al día de alimentos ricos en vitamina C, también una porción diaria de alimentos ricos en vitamina A, es decir, espinaca, calabacín, zanahorias o papas. En cuanto al consumo de grasa, éste debe provenir principalmente de grasas saludables, como las que se encuentran en aceites vegetales, nueces, aguacates, aceitunas, y pescados grasosos ( salmón, sardinas, y atún).
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